El primer paso es no comer en exceso, pero al mismo tiempo es necesario asegurale al cuerpo la energía necesaria para el día. La llegada del verano, o el simple deseo de perder algunos kilos, a veces nos empujan a hacer sacrificios desproporcionados.
La dieta mediterránea prevee un desayuno no demasiado abundante a base de algunos alimentos tradicionales de esta dieta. Está permitido el consumo de leche semidesnatada; para los intolerantes la lactosa, o los que no le gustan de la leche, puede comer yogur bajo en grasa. También la primera comida del día incluye fruta fresca de temporada: en invierno, una manzana, una pera o un plátano son ideales, por sus propiedades nutricionales; en el verano, la elección es mucho más amplia, desde cerezas, melón, sandía, hasta duraznos o nísperos.
Por último, el desayuno se puede completar con un pan tostado y una taza de café (o, alternativamente, una taza de té), preferiblemente sin azúcar. La tostada o galleta puede untarse con un poco de mermelada o miel. Pero siempre sin abusar.
Después del desayuno, la dieta mediterránea incluye una colación de media mañana. Se debe tener cuidado con las dietas que preven menos de 5 comidas al día: el peligro es que no adquirir una adecuada ingesta calórica.
En el caso de la colación, es aconsejable una fruta, siempre mejor de temporada, para llegar al almuerzo sin una excesiva sensación de hambre, que podría conducir a atracones perjudiciales para nuestro equilibrio metabólico.
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